domingo, 31 de marzo de 2013

ME QUEDO CON LA TITA GREGORINA



-¡Nooo!- Era el grito de guerra, el grito de angustia y el grito de rebeldía, poco importaba que luego lo llevaras a comer gambas o de paseo por el pueblo: bien guapo. A ti tampoco te gustaba que te metieran la cabeza debajo de la pila y te rascaran las orejas como si fueran a desollarlas. El "no" era alargado, sonoro, gritado hasta la extenuación y hasta el llanto más profundo. La pataleta fuerte y vigorosa que corresponde a un niño de 6 años sano y cabezón como el solo, sin cuidado alguno con sus ojos y el persistente escozor del jabón, babeando mientras lloraba como si lo estuvieran matando, con el susurro entredientes de una abuela asustada e indecisa en salir a ayudar a su nieto o morderse los labios y aguantar los hirientes chillidos mientras Gregoria terminaba de adecentarlo. Siempre con determinación y con cabezonería, el rasgo distintivo de los "Castaños", como si un gen predominante nos invitara a ser rebeldes por naturaleza a la sumisión y al porque sí. Sin embargo, una vez desollado y deshollinado -como tú decías- el abrazo, después, y el cariño,  eran profundos y sinceros, llamaban a la paz y al sosiego entre unos brazos de matrona que recogían el menudo cuerpo con tanto amor como eran capaces de regalar, como una algarada de sentimientos, locamente desprendida entre besos y apretones y achuchones y rechupeteos y mil carantoñas que se impregnaron en el alma de su infancia. Entre gritos de cariño y gritos de mandato fue creciendo hasta descubrir que un día ya no estarías más a su lado y a pesar de preguntarse por lo sucedido no halló respuesta. 





A la memoria de la tía Gregoria que me deja algo más huérfano de cariño un 30 de Marzo de 2013.